20 mar 2016

Antenas.

Hay domingos en los que los minutos se camuflan de horas, llenándose de fuerte presencia, no permitiendo la pérdida de la sensación del paso de ni siquiera, uno de ellos. Mariela transita cada uno de estos minutos en su caminar despacio, mientras recuerda y sueña a la vez. En el silencio de su hogar suenan las risas pasadas, pero cuando su corazón se arruga y bloquea su capacidad de recuerdo, prende la televisión tratando de buscar en ella, los recuerdos que no brotan.  Ese aparato es capaz de disparar cualquier cantidad de historias que por más lindas que fueran, no desarrugan el corazón de Mariela. Félix camina lento, como los minutos, llevándose por delante la antena televisiva. A partir de ese momento ni recuerdos  brotan, ni historias lindas son disparadas. El sonido de las risas pasadas se convierte en ruido, ese ruido que suena igual que los recuerdos, a nada.

Pasan varios minutos, despacio como buenos minutos domingueros, hasta que Mariela decide devolver la antena a su lugar. Félix mira el aparato como si nada en él hubiera cambiado al paso de su caminar. Los visitantes que llegan a casa siempre repiten que un hogar con perro no debe estar compuesto por aparatos electrónicos y camas en el piso, a lo que ella responde, “la madera, que se quede en los bosques”.  Pero luego de acomodar la antena, la lejanía de Mariela empeora la imagen y el sonido sin que Félix sea culpable de ello en esta ocasión. Ella siempre piensa en el poder de una antena y en el suyo propio. Ese aparato que acompaña a la televisión y en el que el ser humano tanto confía, atrae grandes historias, pero no atrae lo que Mariela logra acercándose a ella. Sin embargo, ella se acerca a muchos aparatos buscando convertir el recuerdo en presente, para no tener que soñar tanto con el futuro y aunque encuentra lindas voces que narran historias e imágenes que coherentemente, a veces las acompañan, nunca encuentra una realidad tocable. Entonces el corazón se arruga nuevamente, llora inundando su cuerpo y en vez de amar, como todo corazón sano debiera hacer, maldice. Maldice que ese cuerpo en el que habita Mariela no pueda romper los kilómetros con la misma fuerza con la que atrae las historias de televisión. Maldice que ese cuerpo en el que habita Mariela no pueda hacer desparecer los días que separan el tiempo presente, de los planes futuros. Maldice que es cuerpo en el que habita Mariela, no pueda tocarlo.

Al cabo de un rato, el corazón se cansa de maldecir, Mariela apaga la televisión, se acuesta y cierra los ojos en una mañana que todavía no termina, no es tiempo para dormir, sino momento de volver a soñar.