Vivimos en la sociedad 24 horas. Ese es el tiempo que podemos tardar en llegar al otro lado del planeta respecto al que nos encontramos, y es el tiempo máximo que tardamos en estar al corriente de lo que sucede en cualquier lugar del mundo.
Así pues, estamos en contacto con personas ubicadas en lugares lejanos de forma inmediata. Nos comunicamos con sonidos (el habla) y con imágenes (el vídeo); cuando el "bicho techno" nos lo permite.
El e-mail vino a sustituir a la mensajería tradicional por la "rápidez" y "comodidad" del mismo. Así se argumenta que desaparezca el hábito de enviar cartas.
Sin embargo, al llegar a Francia, observo la importancia que aquí tiene todavía, el correo postal. En parte resulta engorroso y tardado, pero por otro lado es agradable encontrarse de nuevo con la incertidumbre de saber qué cartas pasarán hoy por debajo de la puerta.
Cuando camino por la calle me cruzo con abundantes buzones de "La Poste" y también con personas haciendo el gesto de introducir cartas en el mismo.
À mon avis, el enviar y recibir una carta es algo que tiene un gran encanto. El emisor imagina la alegría del receptor y éste, se encuentra con noticias de personas queridas en puño y letra.
Sin embargo, al pasar por lugares donde se venden gran cantidad de postales que apetece enviar a numerosas personas, descubro que de la gran mayoría no conozco sus ubicaciones físicas. Siempre toca andar averiguando y preguntando delicadamente para no arruinar lo que hoy día ha pasado a ser una sorpresa y no una costumbre.
Por suerte siempre hay rinconcitos donde quedaron escritas las direcciones para agradar a aquellxs que siempre apetece, así sea con una simple postalita dentro de un sobre.