Un día un colibrí nació en una jaula de papel. Una de esas que vistas desde
dentro, parece imposible de romper, pero él sabía que había una llave pequeña y más
visible de lo imaginado para poder salir, motivo por él cual nunca se resignó a
dejar de buscarla. No quería romper los
barrotes, pues entendía que no todos los colibrís querían salir, aprender a
volar y llegar a lugares lejanos. Por eso, durante años buscó, y cuando la
encontró, la emoción de la partida fue abismal.
Mas advertido de los peligros externos, no pudo escapar a los mismos,
sin embargo, era fácil encontrar situaciones seguras para tampoco sucumbir a
ellos. Algunos lugares de los que visitó también eran jaulas, ya no de papel, sino de
barro, cartón… las formas cambiaban pero
la esencia se mantenía. Había otros tantos pajaritos viviendo en todo tipo de
prisiones, que temían los peligros externos. Sin embargo, fue encontrando aves
que también cambiaban sus jaulas, y siempre, huyendo de unas llegaban a otras.
De repente buscando un destino libre de barreras y de tanto tiempo que lo soñó,
cuando llegó a él, no creía que fuera real. Miraba por la ventana de su nuevo
hogar, salía de él, caminaba y olía, sentía y miraba todo alrededor, no había rejas, ni llaves que buscar, no había
jaulas. La libertad se había instalado en él.