Fabi y Mario hace tantos años que se conocen que a veces se
les olvida todo lo vivido y compartido. Sin embargo, nunca se olvidan de buscar la manera de comunicarse. Hubo una época en
la que mantenían largas conversaciones. En ellas nunca faltaba algo para picar
y tomar, pero entonces Fabi, no se sabía tan adicto al té que ahora amaba.
No se olvida cuando las ocupaciones de la incipiente vida adulta los llevaba a escribir
cartas digitales que se pasaban en aquellos aparatos llamados disquetes, para
leerse y responderse, en la tranquilidad de su tiempo a solas. Llegó un momento
que la distancia empezó a separarlos físicamente, más de lo que ya los separaba
la falta de tiempo. En esas temporadas Fabi recuerda aquellas cartas escritas a
puño y letra, esas que se negaban a morir pese al surgimiento de internet y la
preponderancia de las nuevas tecnologías. Poco a poco, estas cartas se vieron
reducidas a postales, no por ello menos agradables de recibir. Pero desde hace algún
tiempo, ya ni postales llegan.
Este aumento de movilidad y nuevas formas de comunicación provoca que aquellas personas que van
llegando nuevas a la vida, y alejándose
físicamente por las circunstancias de la misma, ya no compartan sus direcciones
postales. Pero lo más increíble es que cada vez con mayor frecuencia, tampoco comparten
sus direcciones mail, simplemente un número de teléfono, ese aparato que hace
años construían los niños con dos vasos y un hilo y mediante el cual, se
confesaban lo que una mirada intensa les bloqueaba en el habla.
Durante todo este paso del tiempo, la comunicación es ese
elemento que jamás dejó de existir entre ellos y Fabi opina que esta nueva era, separa cuerpos
pero no corazones.
Sin embargo Fabi no puede olvidar cuando se sentaba a escribir, se le agotaba la
tinta, y los colores de su carta cambiaban de color. Cuando escogía esas hojas grandes y lindas
para que las palabras llegaran con una mejor imagen. Cuando lloraba durante la redacción de algunas cartas y su lágrima se quedaba ahí, en ese papel que la otra persona recibía, tocaba y olía. Tampoco puede olvidar cuando el hecho de enviar una carta, le
permitía ganar un libro o incluso una guitarra.
Hoy, la lágrima de
Fabi, se queda en un pañuelo de los que
siempre anda en el bolsillo, sabiendo que su receptor no entenderá la emoción
de ese momento en algunas de sus frases, cuando sus palabras sean leídas. Entonces recuerda todas aquellas personas que hace
años, se quedaron esperando una carta suya, esas que llegaron cargadas de
ilusión y que un absurdo rumor, impedió animarlo a redactar ni una sola de
las respuestas. Hoy se imagina a cada
uno de estos viejos mensajeros, comunicándose por esa cosa llamada
teléfono o esa otra llamada red social, sin que tengan idea alguna de la
dirección exacta dónde duermen o reposan, sus amistades cibérneticas.
Así son las comunicaciones de este nuevo mileno, que con frecuencia
se dedican a alejar verdades y juntar mentiras.
De este mundo codificado con internet y otras navegaciones, yo sigo prefiriendo el beso artesanal que desde siempre comunica tanto. M. Benedetti