Hoy, luego de varios años, me he
vuelto a parar desnuda frente al espejo y he mirado minuciosamente cada detalle
que veo en él.
Todavía tengo esas arrugas del
lado de los ojos, esas que cuando me río, se intensifican de manera proporcional
a la intensidad de mi risa. Esas que ya no oculto con maquillaje.
Todavía tengo estrías en mis piernas, esas que cuando paseo
en la playa, se perciben mucho más fácilmente gracias a la claridad del día. Esas
que ya no oculto con ningún pareo.
Todavía tengo canas que se
escapan entre mi cabello, esas que tanto brillan cuando las baña la luz del sol. Esas
que ya no pinto de ningún color.
Muchas personas me decían
respecto a todas esas maldiciones que tengo, “no sufras, son las marcas de la
vida, esas que nos hacen únicas”. Pero yo sé que no son sólo las marcas de una
vida, son las características que me identifican, esas que hacen único este
cuerpo, porque sólo yo habito en él.
Todavía tengo los recuerdos de
todo lo que me decías que no debía tener, no los borro de mi cabeza, pero los
perdono en mí ser.
Todavía tengo este cuerpo repleto
de defectos, pero ya no tengo el pesar de tú ausencia, pues hace tiempo que
aprendí a dejar de extrañarte y a no cansarme nunca de soñar. Pues hoy, tengo
lo único que no puedo permitirme el placer de perder, a mí misma, desnuda, frente
a un espejo.