Alex vive en un piso 25. Los días
grises que se siente triste mira por la venta y ve toda la ciudad bajo sus pies.
Nunca pensó en tirarse por el balcón, pero sí en lo absurdo de esa soledad
rodeado de tanta gente felizmente
desconocida.
Alex ama el té, lo ama tanto como
las ansias por borrar algunos episodios de su pasado. En las largas noches de
invierno siempre sueña que es un reloj. Regresa al pasado y cambia todo lo que
despierto desearía que ya no existiera. Cuando amanece prendiendo la luz, mira
de nuevo por la ventana y nada desaparece, ni los recuerdos amargos, ni los
vecinos invisibles. Alex se levanta luego de soñar, calienta agua hasta su punto de ebullición y se sirve un té azul, el del cielo que todavía no llega. En
ese rato ya no piensa con borrar el pasado sino con atrapar el futuro. Alex sabe que pronto el cielo volverá a estar
azul, así como cuando se duerme, que sabe que al siguiente día de nuevo llegará
su té.
Sin embargo Alex nunca termina su
té. En el armario guarda kilos del
mismo, de todos los colores; blanco, rojo, verde, azul y hasta negro. Pero Alex
nunca termina el té. Cada mañana deja su tazón a medias sobre la mesa y al
siguiente día, cuando despierta, siempre lo mira y piensa en como el té se
comporta como su pasado. Es un agua turbia que se enfría, que ya nadie se
quiere beber y que al evaporarse, nunca, absolutamente nunca, deja el tazón
limpio.
Alex mira su vaso lleno de té
frio. Lo vacía y de nuevo, se sirve agua caliente. A fin de cuentas el pasado
no se borra pero si quisiera, se lo podría beber.