Cada mañana amanece en la Rue d’Alèsia una pequeña familia que habita un hogar
gris y sin jardín. Apenas un techito y
unas paredes de plástico barato les sirven de refugio en las noches heladas de
Paris.
Es fácil encontrarlos allí, es ese tipo de familia que no viaja y que no
muda su hogar. Sin embargo, realizan
actividades cotidianas como cada persona que habita bajo techo rígido; levantarse
con el alba, desayunar, leer la prensa, hablar y tal vez comentar las noticias
de actualidad o incluso, algo más importante, manifestar su estado anímico en ese
nuevo día.
Llega diciembre a nuestro calendario y con él, el “espíritu navideño”. Lo
que significa o implica este espíritu ya muy pocos lo recuerdan. La costumbre
dominante pasa por el filo monetario, el cual nos empuja a reaccionar de
maneras varias y bastante pintorescas.
Toque añadir un detalle arraigado en este proceso espiritual, el lindo arbolito que durante días se seca y
terminar de morir en tantos lugares. Y es que, ¿a quién no le gusta plantar un
pino en casa? Tanto es así, que hasta aquellos que habitan lo inhabitable
siguen esta costumbre.
En Paris, este ser vivo se vende por un precio que no definiríamos
justamente como módico, sin embargo, ellos, la familia Alèsia, también
plantaron su arbolito, aunque tal vez ellos si que por un costo razonable.