Se cuenta que hubo una vez en que una chica explotó como los huevos que se
introducen en el microondas, ese artefacto moderno que muchas personas describen
como imprescindible. Julia había decidido que no quería soportar lo
insoportable. Y lo insoportable para ella era lo más soportable para su
vecindad, por eso el día que apareció pegada a trozos por todas las paredes,
techo y suelo de su habitación, fue una noticia que hizo temblar a todo el
pueblo.
Los testigos del sucedo cuentan que Julia estalló, pero lo que encontraron
no fueron restos humanos como tenían previsto, sino un montón de notas escritas
de su puño y letra en las que relataba los pensamientos que guardó durante
años. Su mudez no le ayudó a desarrollar su paciencia y desde el día en que
perdió la voz, su expresividad se fue reduciendo tanto, que ésta llegó a ser
total. Su explosión no era negativa, sino cargada de mensajes de agradecimiento
y buenos recuerdos, sin embargo, desde este suceso, nadie más la volvió a ver y
nunca se la pudo encontrar.
Algunas personas siguen especulando sobre quién fue el cómplice que le
ayudó a no dejar ni rastro, otras piensan que fue un suicidio tan bien armado,
que ni el cuerpo pudieron encontrar. Pero una pequeña parte del pueblo, esa que
la fue a buscar y leyó todos esos mensajes, se dio cuenta de que realmente Julia, hacía mucho tiempo que se había ido, pero muchas veces no basta con
desparecer en alma para que los que nos rodean se percaten de nuestra ausencia, sino que precisamos la desaparición
física para que nuestros ojos adviertan que no toda la realidad que nos rodea, se percibe mediante ellos.
"Un verdadero bello espíritu piensa más en las cosas que en las palabras"
Eugenio Espejo