3 ago 2015

Te odio porque me encantas.

De la misma manera que la vida no es para siempre, no se puede pretender que lo que hay en ella si lo sea. Esa es la frase que cada día Elías se repetía en su cabeza buscando consuelo al despojo emocional que se sentía al amanecer una mañana tras otra.

Acostumbrado al abandono, aprendió de lo prescindible de la vida y también que a veces, toca asesinar a ciertas personas antes de que el mismo destino se encargue de ello. Hacía años que la comunicación con su padre se había resquebrajado por completo y aunque nunca había perdido a ningún ser querido cercano en su joven vida, le supuso años asumir que ese, también era un duelo. Sin embargo, pese a este duelo reprimido durante años, Elías sentía que su vida estaba repleta de momentos y personas lindas.

En una tarde de verano, sentado a pleno sol mientras su piel se cocía sin conciencia alguna de la estropeada capa de ozono del planeta, pensó en cómo sería volver a compartir su vida con una mujer como Eugenia. El día que ella se quedó en su casa por primera vez, no se atrevía a tocarla, estaba tan extasiado que pensaba que si trataba de hacerlo se desvanecería su presencia.

Duró meses mirándola y hablándole sin tocarla, convenciéndose de lo prescindible del contacto físico para tratar de estirar su presencia hasta siempre, si así fuera posible.  Pero luego de meses de contención no pudo más, enredó su mano en su cabello y mientras ella se evaporaba le susurraba al  oído,  ¿sabes? Te odio porque me encantas. 


2 ago 2015

Caminito

María nació para ver. Es por ello que Dios decidió crearla diferente, con muchos ojos en su cuerpo, para que así, no se le escapara detalle de lo que ocurría a su alrededor. Los vecinos del barrio la tildaban de endemoniada, no podía ser normal una chica con tantos aparatos para ver. Hay quienes pensaban que el poder de sus ojos era tal, que podía ver incluso allí donde no se encontraba físicamente, motivo por el cual tanto la temían.

Durante su infancia disfrutó cada momento que acontecía a su alrededor, de todo estaba enterada, y se sentía feliz de compartir a sus congéneres lo que a estos se les escapaba a diario.

Cuando creció la realidad cambió, esa felicidad se convirtió en rechazo hacía si misma al comprobar que lo que las personas de su alrededor disfrutaban, a ella, le era negado. Al principio peleó para conseguir las atenciones que otros tenían, pero luego de un tiempo, aceptó no ser digna de las mismas.

Ya de adulta, compartía su hogar con una tortuga. Su casa se encontraba en un absoluto orden todos los días del año. Con tantos ojos era imposible no ver aquel pantalón tirado encima de la cama, esa cuchara sin lavar, el armario mal cerrado…  la pesadilla de los videntes. Miranda, la tortuga, jamás se escondía en el caparazón, sentía que los múltiples ojos de María la seguirían hasta allí dentro si así lo hacía.

Miranda odiaba ser tortuga, ese caparazón le sobraba en un entorno en el cual no podía esconderse. María deseaba ser tortuga, ansiaba poder esconderse de aquellas miradas que eran mayor al número de ojos que ella poseía.

Ansía que busca el rechazo, contradicción diaria que el ser humano encuentra en su vida, pero que ni con los ojos de María, muchos podrían percibir.