Emiliano salió de casa una tarde de otoño en la que ya caía la noche. Había tomado una nueva decisión en sus
quehaceres diarios, dejar de utilizar el ascensor. Así que ese día, partió rumbo a la escalera.
Un rato antes, algún vecino que estuvo
por allí había dejado la luz prendida y
Emiliano, sin pensar en el tiempo que ésta duraría, empezó el descenso.
Segundos más tarde quedó a oscuras, lo que provocó que se parase de
repente. Si algo no soportaba era bajar
a oscuras. Sin embargo, la duda lo invadía,
las opciones presentes eran seguir bajando o esperar a que alguien
apareciese de nuevo y encendiera la luz. Los pensamientos buscando una solución
no lograban armarse y mientras él, seguía de pie esperando la respuesta. Llegó
un momento que se cansó de esperar y tomó asiento. Las yemas de los dedos se
enredaban en su pelo y la desesperación sobre qué decisión tomar lo invadía.
Pero
esperó y esperó tanto que la noche pasó, y cuando de nuevo tuvo luz, ya no se
acordaba de a dónde iba ni quién lo esperaba. Regresó a su casa y empezó otro
día más.
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