20 sept 2014

Blancos que molestan.

Todos los papeles conteniendo información en la sala se volaron cual tornado intempestivo. En plena voladera, todos mezclados, comenzando a arrugarse y a borrarse a una velocidad tal que la luz parecía lenta a su lado. Las palabras se amontonaron en grupos que nada tenían que ver con contenido  o uso gramatical, los verbos bailaban con las preposiciones, aceptaban algún que otro adjetivo y no les importaba que los signos de puntuación no estuvieran allí para ordenarlos. Los papeles retornaban a su color blanco original,  ese blanco que expuesto  ante él con una pluma cargada de tinta esperaba a cada vez dejar atrás el vacío.


Alex cada día se sentaba frente a un papel blanco, el reto de tener que darle sentido a ese trozo sin contenido era un entrenamiento diario para poder darle sentido también a su propia vida. Por eso, la mañana del huracán, ahí sentado, viendo como todos los papeles se volaban y como las largas frases se escapaban armando un festival en el aire, lo dejó helado. De repente todo el sentido se desvanecía en segundos. Los papeles regresaron blancos a los estantes, las palabras cayeron amontonadas en el suelo sin lógica alguna. Alex se levantó, y como si fuera a agarrar agua con sus manos, trató de levantar ese montoncito de palabras que se escurrió de sus manos todas las veces que lo intentó. Y fue justo en el momento en que Alex  estaba cerca de estallar en llanto escandaloso y silencioso a la vez, cuando su pluma le gritó para ordenarle regresar al escritorio. El papel blanco del día lo esperaba y ella le contó que el sentido, por muy fuerte que se haya perdido, siempre puede volver a recuperarse, y que los papeles volvían a él para dejar de nuevo atrás el vacío que había retornado.

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