África lleva dos días sin dormir esperando su viaje. El barco está listo, y
ella contenta de emprender esta partida. Sus oídos bloquearon toda información
concerniente a lo absurdo de cruzar un mar en barco teniendo métodos de viaje
más rápidos. África sueña con dormir
escuchando el ruido del mar, con amanecer cada día viendo un sol iluminarla en
el horizonte acuático, sueña con enfrentar lo absurdo en un entorno de ideas
con sentido.
Pasó días habitando el camarote para
adaptarse a su nuevo ambiente hogareño. En ese lugar él le hablaba de lo
absurdo de su idea de viajar durante tantos meses, le proponía apenas un paseíto
a una isla aburrida y cercana, la cual ella, ya conocía. Tantas amistades le
hablaron de esa isla, de lo absurdo de
viajar tanto tiempo teniendo ese lugar ahí, a unos pasos. Por momentos
él le parecía aventurero, parecía que se animaba a ir al otro lado del mundo,
pero luego se retractaba, hasta tal punto muchas veces, que ni siquiera dormía
con ella en su diminuto camarote. África sueña con un mar que le sorprende
lleno de tormentas, pero también con ese mar que la hace sentirse libre y
plena. Los métodos de viaje rápidos no le permiten ese sentimiento, la isla la
aburre, es por eso que ha decidido tomar el timón sola. Sabe que el viaje es
largo, pero también sabe que es posible encontrar otros navegantes, esos que le
aportarán el sentimiento de la aventura, las ganas de explorar sin temer y esos
que también sabe, que en una situación de peligro inminente, jamás la tirarían
a la borda para que se la coman los tiburones.
África por fin comienza a navegar, el mar la está esperando.
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