Existe un lugar donde el silencio del amanecer es como el del llanto de un
bebé antes de nacer, solamente la imaginación nos permite ponerle sonido. Mas
si ese lugar escapa al ruido, no lo consigue así a la luz, la cual se encargó
de despertar a los dos seres que pasaron esa noche juntos. Dos cuerpos en
contacto físico pero muy alejados el uno respecto del otro. Los gallos no se
atrevieron a cantar a esa mañana, temían el disturbio que podía ocasionar ese
despertar de dos desconocidos, pero la luz, se encargó de ello. Cuando se
miraron recordaron que el momento de gloria que los había unido, se desvaneció
muy rápido y dudaron entre repetirlo o escapar.
Ella optó por el silencio. Él decidió llevar la conversación a temas que
ni siquiera le interesaban para iniciar así la argumentación de una partida que
según él, debía producirse pronto. La
incoherencia entre temas de una conversación, demuestra el desinterés hacia la
misma. Ella sólo rompía el silencio para
seguir la pieza de ese teatro.
La mañana estaba fresca y algo lluviosa. No entendía que las palmeras
sobreviviesen a ese clima pero esa era la
prueba de que si ellas podían adaptarse,
también ella lo haría para así sobrevivir a la situación en qué se
encontraba. Ese desconcierto le hizo olvidar por un buen rato, el amor que
sentía dentro y que tanto deseo le generó luego de años. Pasaron días hasta que
volvió a recordar, ilusionarse y de nuevo sentir.
El camino de escape fue largo si se mide en tiempos teatrales, pero las
piezas de la propia vida pueden no terminar nunca cuando sus protagonistas se
niegan a aceptar que no viven su propia realidad.
Ella entendía que somos actores de nuestros propios miedos e inseguridades,
sin percibir que justamente esas acciones son las que los hacen visibles a aquellos que no temen no actuar.
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