24 ago 2016

El chico que nunca termina el té.

Alex vive en un piso 25. Los días grises que se siente triste mira por la venta y ve toda la ciudad bajo sus pies. Nunca pensó en tirarse por el balcón, pero sí en lo absurdo de esa soledad rodeado de tanta gente  felizmente desconocida.

Alex ama el té, lo ama tanto como las ansias por borrar algunos episodios de su pasado. En las largas noches de invierno siempre sueña que es un reloj. Regresa al pasado y cambia todo lo que despierto desearía que ya no existiera. Cuando amanece prendiendo la luz, mira de nuevo por la ventana y nada desaparece, ni los recuerdos amargos, ni los vecinos invisibles. Alex se levanta luego de soñar, calienta agua hasta  su punto de ebullición y se sirve un té  azul, el del cielo que todavía no llega. En ese rato ya no piensa con borrar el pasado sino con atrapar el futuro.  Alex sabe que pronto el cielo volverá a estar azul, así como cuando se duerme, que sabe que al siguiente día de nuevo llegará su té.

Sin embargo Alex nunca termina su té.  En el armario guarda kilos del mismo, de todos los colores; blanco, rojo, verde, azul y hasta negro. Pero Alex nunca termina el té. Cada mañana deja su tazón a medias sobre la mesa y al siguiente día, cuando despierta, siempre lo mira y piensa en como el té se comporta como su pasado. Es un agua turbia que se enfría, que ya nadie se quiere beber y que al evaporarse, nunca, absolutamente nunca, deja el tazón limpio.

Alex mira su vaso lleno de té frio. Lo vacía y de nuevo, se sirve agua caliente. A fin de cuentas el pasado no se borra pero si quisiera, se lo podría beber.

19 jun 2016

No vida.

Está saliendo el sol.
Los sueños del ayer se redibujan en el hoy.
Algunos recuerdos  queman el despertar.  
Tantas eyaculaciones forradas en plásticos emitiendo sonrisas.
Ilusiones extintas.

Está saliendo el sol.
Los sueños del hoy se anhelan en el mañana.
Algunas ilusiones queman el despertar.
Tantas  eyaculaciones  forradas en vida emitiendo suspiros.  
Sonrisas  extintas.

Está saliendo el sol.
Las ilusiones del ayer se transforman en el hoy.
Algunas frustraciones queman el despertar.
Un parto artificial y vano arguyendo  alaridos.
Amores extintos.





27 may 2016

Pulgoso.

En la calle siempre deambulan canes buscando alimento, refugio y algo de amor. Lo interesante de estos es que no sólo buscan el afecto en seres de su misma especie, sino también en esa especie de inteligencia superior llamada homo sapiens sapiens. 

Pulgoso tiene  10 años, en esta vida canina que lleva recorrida, recuerda más su segundo nombre que el primero que tuvo, Ronny.
Cada día su tarea es buscar qué comer, huir de los otros canes que por momentos le agreden y pensar en si en algún momento alguien de la especie superior  volvería a quererlo. Pulgoso no busca que le regalen comida, sólo el amor que hace años perdió cuando lo botaron del que era su hogar por haber crecido demasiado. En su memoria alberga los pequeños momentos de afecto que le fueron concedidos en está búsqueda que todavía hoy, no termina. 
Añora aquel paseo en la playa, en el que una chica lo miró con ojitos tiernos mientras paseaba con su amor de la mano. Se emocionó, pues aunque en los ojos se le sentía el profundo querer hacía quien la acompañaba, no dudó en entregarle un momento fugaz de amor visual. Pulgoso los siguió, desprendían tanto amor entre ellos,  que no pudo evitarlo.  Corría cuando se alejaban y saltaba de la emoción cuando se acercaba a ellos. Apenas duró 30 min ese momento compartido, pero se le grabó en el corazón.
También recuerda aquel día que parado en la estación de bus, los homo sapiens sapiens descencían del vehículo a toda prisa por la lluvía que empezaba a caer. Ese día otra pareja bajó, ella lo miró con la misma ternura que la chica de la playa cuando todavía el frío no asomaba en ese otoño del sur. Rebosaba el mismo amor por su acompañante que la chica a la que siguió en la orilla del mar. Mientras ella se abrigaba y él acomodaba sus maletas, también sintió brotes de amor entre ellos y alguno le cayó también a él, así que emprendió su marcha tras ellos. Siempre usaba esta estrategia de seguir a quien lo quería en silencio, solamente con intensas miradas. Esas miradas que atraviesan el alma de quien las recibe cuando se proyectan directamente a los ojos. Esta vez el momento de afecto duró menos tiempo que el del paseo por la playa, pero igual, se le grabó en el corazón.

Pulgoso ya no responde al nombre de Ronny. Quienes alguna vez, desde hace años le botan algún que otro alimento o le golpeaban por estorbar, le llaman por su nuevo y no deseado nombre, pues desde hace años, en esa búsqueda constante de comida, refugio y amor, las pulgas, son los únicos seres que más tiempo deciden permanecer con él. 

En el horizonte nunca se borran los sueños.

29 abr 2016

Desandares que construyen.

El día de la tormenta Amanda se encontraba descontando cada hora, minuto y segundo, de los días  que tanto le ardían en su interior.  Asustados, los vecinos salieron de sus guaridas a comentar lo sucedido. Minutos más tarde, todo volvió a la normalidad. Los perros volvieron a ladrar y los niños tampoco se cansaron de llorar. El día ya había caído en la oscuridad y Amanda sólo quería dormir para descansar de su interminable cuenta atrás.

La incertidumbre se sumó a lista de sensaciones que cada día desbordaban a Amanda. Mas el deseo le cegaba el sentido común sobre lo apropiado de viajar a ese lugar cercano a aquellos espacios donde la Tierra, había descargado su  enojo, con tanta furia. Muchos no soportaron la tormenta y perecieron en cuestión de segundos, a la misma.

Pero el momento ansiado estaba ahí, ya había llegado, así que Amanda no escuchó consejos ni recomendaciones, agarró su maleta y salió de casa, serna, erguida y segura. Bob, como en cada viaje que ella realizaba, la esperó tranquilo en casa. Para él las cuentas atrás sólo existen el rato que Amanda tiene que  regresar a la casa, pero era capaz de esperar días e incluso semanas.

Luego de más de 10 horas de viaje con sus respectivas paradas, por fin se encontraba en destino. Ambos habían llegado. El pueblo que los albergó durante esos cálidos días permanecía silenciado. Los habitantes que sobrevivieron a la tormenta huyeron para evitar ser engullidos en otra descarga de la Tierra. Quienes planeaban visitarlo, cancelaron su viaje. Pero para quienes la vida estaba ahí  anclada, todo siguió, cálido y más silencioso que nunca y caminando. Los habitantes del lugar se interesaban por ellos. Les daban recomendaciones y preguntaban acerca de esas cuestiones que les parecían exóticas y que habían dejado de recibir esos días. El silencio era tal, que muchas noches fueron más estridentes que los días…


Pasó un día, pasaron dos y pasaron tres.  Las risas de Amanda resonaron en aquel desértico lugar resignado a una soledad prolongada, pero ella debía partir. Bob, que no sabía descontar horas, minutos y segundos, si sabía entrar en desesperación. Por ello Amanda desanduvo el camino que hacía tan poco tiempo anduvo. Pero solamente lo desanduvo, pues sus pasos quedaron caminados en un sendero imborrable. Y en ese momento, de ese día,  el día del adiós,  fue cuando se dio cuenta de que el tiempo había pasado con la misma velocidad e intensidad con que la tierra se comió  aquellos recónditos lugares y a mucha gente que en ellos habitaba.


20 mar 2016

Antenas.

Hay domingos en los que los minutos se camuflan de horas, llenándose de fuerte presencia, no permitiendo la pérdida de la sensación del paso de ni siquiera, uno de ellos. Mariela transita cada uno de estos minutos en su caminar despacio, mientras recuerda y sueña a la vez. En el silencio de su hogar suenan las risas pasadas, pero cuando su corazón se arruga y bloquea su capacidad de recuerdo, prende la televisión tratando de buscar en ella, los recuerdos que no brotan.  Ese aparato es capaz de disparar cualquier cantidad de historias que por más lindas que fueran, no desarrugan el corazón de Mariela. Félix camina lento, como los minutos, llevándose por delante la antena televisiva. A partir de ese momento ni recuerdos  brotan, ni historias lindas son disparadas. El sonido de las risas pasadas se convierte en ruido, ese ruido que suena igual que los recuerdos, a nada.

Pasan varios minutos, despacio como buenos minutos domingueros, hasta que Mariela decide devolver la antena a su lugar. Félix mira el aparato como si nada en él hubiera cambiado al paso de su caminar. Los visitantes que llegan a casa siempre repiten que un hogar con perro no debe estar compuesto por aparatos electrónicos y camas en el piso, a lo que ella responde, “la madera, que se quede en los bosques”.  Pero luego de acomodar la antena, la lejanía de Mariela empeora la imagen y el sonido sin que Félix sea culpable de ello en esta ocasión. Ella siempre piensa en el poder de una antena y en el suyo propio. Ese aparato que acompaña a la televisión y en el que el ser humano tanto confía, atrae grandes historias, pero no atrae lo que Mariela logra acercándose a ella. Sin embargo, ella se acerca a muchos aparatos buscando convertir el recuerdo en presente, para no tener que soñar tanto con el futuro y aunque encuentra lindas voces que narran historias e imágenes que coherentemente, a veces las acompañan, nunca encuentra una realidad tocable. Entonces el corazón se arruga nuevamente, llora inundando su cuerpo y en vez de amar, como todo corazón sano debiera hacer, maldice. Maldice que ese cuerpo en el que habita Mariela no pueda romper los kilómetros con la misma fuerza con la que atrae las historias de televisión. Maldice que ese cuerpo en el que habita Mariela no pueda hacer desparecer los días que separan el tiempo presente, de los planes futuros. Maldice que es cuerpo en el que habita Mariela, no pueda tocarlo.

Al cabo de un rato, el corazón se cansa de maldecir, Mariela apaga la televisión, se acuesta y cierra los ojos en una mañana que todavía no termina, no es tiempo para dormir, sino momento de volver a soñar.


29 ene 2016

Hoy y siempre.

Hoy, luego de varios años, me he vuelto a parar desnuda frente al espejo y he mirado minuciosamente cada detalle que veo en él.   

Todavía tengo esas arrugas del lado de los ojos, esas que cuando me río, se intensifican de manera proporcional a la intensidad de mi risa. Esas que ya no oculto con maquillaje.

Todavía tengo  estrías en mis piernas, esas que cuando paseo en la playa, se perciben mucho más fácilmente gracias a la claridad del día. Esas que ya no oculto con ningún pareo.

Todavía tengo canas que se escapan entre mi cabello, esas que tanto brillan cuando las baña la luz del sol. Esas que ya no pinto de ningún color.

Muchas personas me decían respecto a todas esas maldiciones que tengo, “no sufras, son las marcas de la vida, esas que nos hacen únicas”. Pero yo sé que no son sólo las marcas de una vida, son las características que me identifican, esas que hacen único este cuerpo, porque sólo yo habito en él.

Todavía tengo los recuerdos de todo lo que me decías que no debía tener, no los borro de mi cabeza, pero los perdono en mí ser.


Todavía tengo este cuerpo repleto de defectos, pero ya no tengo el pesar de tú ausencia, pues hace tiempo que aprendí a dejar de extrañarte y a no cansarme nunca de soñar. Pues hoy, tengo lo único que no puedo permitirme el placer de perder, a mí misma, desnuda, frente a un espejo.