Laila salió a pasear en una de
esas oscuras mañanas que obligan a
despertar antes que salga el Sol. El ritual matutino era un más “amanecer de
noche”. El otoño apenas recién empieza y sin embargo, basta pisar la calle para
que las frías temperaturas la ayuden a terminar de despertar. Como ella, cientos de personas emprenden
rumbo un día más, un rumbo con horizonte
invisible donde el ambiente puede definirse como hostil y poco más.
¿Y pasear es la palabra correcta? Buena pregunta
esta. Sin embargo, pasear es la forma en que Laila concibe su inicio de
jornada. Esta es una manera de esconder lo que supone un sacrificio que no
implica un madrugón oscuro y una carrera helada para desplazarse a 12 km de donde descansa cada noche, sino que
supone una serie de sentimientos, estados de ánimos, nostalgias y deseos que no
se verán siquiera cuando llegue el astro mayor a iluminar la ciudad.
Un periódico ojeado y sin llegar
a ser leído, la predicción de un horóscopo que nunca puede ser acertado para miles
de personas a la vez, y una agenda cultural y televisiva que se borrará de la
cabeza en varios minutos si no se realiza un trabajo de recordatorio para que
esto no suceda, pues al caer la noche, ni mira la televisión ni
piensa en cómo las noticias de ese día le cambian su vida, muchas veces ajena a
lo que pasó en el planeta, sino que mira la ventana, viendo el mismo paisaje
gris, y todavía verde de todos los días desde hace ya más de un año, donde sólo
se alcanza a escuchar el motor de algún avión lejano que irá cargado de
emociones en su interior.
Al siguiente día, al otro y así
sucesivamente, las noticias “más importante” serán leídas así como una falsa
predicción del horóscopo, siempre rodeada de diferentes personas que nunca
coinciden en el mismo momento-hora. En su cabeza piensa si alguna vez
coincidirá con alguno de los tantos acompañantes que la rodean y seguro nunca
se fijan en ello.
Al bajar las escaleras para salir del metro, el mismo
mendigo con el mismo vaso en la mano, un “bonjour” que espera una moneda a
cambio y las mismas preguntas en su cabeza, “’ ¿dormirá cerca?, ¿a qué hora habrá
llegado?, ¿tendrá familia?”. Meses en el
mismo lugar físico y lo más estable a su alrededor son las personas que cada
día buscan quien les regale una moneda. A fin de cuentas, no es otro más de los
indicios de un sentimiento que tanto se repite en la ciudad, SOLEDAD, ese que
tantos y otros más poseen y que lo poseen al lado de ellos mismos, así como el
mendigo de la escalerita, el del lindo perrito al que tan efusivamente saludan
los vecinos y Laila misma.
Yo en Madrid tenia esa sensacion muchas veces. Rodeada de tanta gente pero sola. Sino entras en un establecimiento a consumir puede que no hables con nadie en un dia entero...ni un hola. Siempre que regreso me choca, pero tambien agradezco poder ser totalmente anonima.
ResponderEliminarMe ha emocionado lo del avión cargado de emociones.
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