25 nov 2013

Lejanías

La mañana en que volvió a partir no pensó en que su comportamiento estuviera suponiendo una huida. 
Realmente, son pocas las personas que aceptan tal situación en muchos de los momentos que les toca vivir y de los cuales, prefieren escapar. Pero él, no lo pensó así, tan sólo había decidido tomar el  camino que ese día le aguardaba.
Los motores interiores que empujan a tomar unas sendas en vez de otras son díficiles de controlar, en su caso, el amor que resulta un sentimiento inocultable, era el que le llevaba a modificar su rumbo bajo pretextos vitales.
Nunca le resultó fácil querer y por tanto, a veces se convertía en un imposible que le quisieran, motivo por el cual cuando esto sucedía, se asustaba tanto y desaparecía. No era un desaparecer físico, no sólo la distancia terrestre facilita la ida, sino que se desvanencían comportamientos, detalles, palabras y sentimientos. 

La mañana se encontraba lejos, sin embargo, la hora del amanecer había llegado un par de horas antes que el sol, pues en invierno, el amanecer de noche es el amanecer normal. Se levantó de la cama, justificando sus tantos quehaceres esperando, su vida repleta de compromisos y por la cual, el alma que lo acompañaba en sus noches, debía agradecerle por la compañía. Acostumbrado a recibir y no a dar, exigía una despedida amorosa pese a que su entrega no era de tal tipo.
El otro ser, visto desde ese contexto, suponía una unidad más de los millones que pueblan la tierra sin ningún atributo en especial. Para él, no podía poseer atributos cuando ni él se los reconocía a sí mismo. Así que una vez que terminó su esmerada despedida y cerró la puerta después de un gesto con la mano acompañado de una tímida y leve sonrisa, empezó nuevamente su gran huida diaria, la de su corazón.

Aunque tratemos de huir buscando el lejano horizonte, la fuerza y costumbres del mar, siempre se encargarán de devolvernos a la orilla, punto de partida, el cual no se puede olvidar.

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