Cuando se llega a la idílica Paris, lo que menos espera encontrar cualquier visitante son
tantos lugares repletos de gente viviendo en la calle. La hora del día
determina la cantidad y el lugar donde se ubican estas personas. Las avenidas
donde se concentran los templos del consumo guardan una imagen limpia de estos
seres durante el día, convirtiéndose en auténticos campamentos base durante la
noche.
Ciertos habitantes de la ciudad poseen sus lugares de manera fija, así por
el día como por la noche y son parte del paisaje, tanto como cualquier elemento
urbano. Es por ese motivo que se permiten un “Bonjour” cuando se cruzan con los
vecinos del barrio así como alguna que otra corta conversación con ellos.
Todas estas personas son comúnmente denominadas mendigos. Las peticiones más
habituales que realizan son: una moneda, un ticket restaurante o algo para
comer. La tercera opción es fácil conseguirla cuando pasan las horas sentados
al lado de las panaderías, comercio
arraigado en la cultura francesa.
Sin embargo, hay mendigos con hogar, mendigos que se guarecen del clima y
preservan su intimidad. Pero, ¿qué mendigan las personas con hogar? Algunas
mendigan compañía, rellenar el tiempo de una soledad insoportable en una ciudad
que avasalla. Otras personas llegan más lejos mendigando incluso amor,
anteponiendo sus propios principios y quehaceres a la voluntad de esas personas
que simularán quererlos por unas horas, tal vez días.
Es así como cada día, los
visitantes se cruzan con una cantidad de mendigos que jamás hubieran imaginado,
sobre todo, si tenemos en cuenta que los mendigos con hogar son invisibles y que su recuento
siempre pasará por alto.
Entonces, ¿cómo y cuándo acabar con el problema de la mendicidad?
C’est ça la question !!
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