Todos los papeles conteniendo información en la sala se volaron cual
tornado intempestivo. En plena voladera, todos mezclados, comenzando a
arrugarse y a borrarse a una velocidad tal que la luz parecía lenta a su lado.
Las palabras se amontonaron en grupos que nada tenían que ver con
contenido o uso gramatical, los verbos
bailaban con las preposiciones, aceptaban algún que otro adjetivo y no les
importaba que los signos de puntuación no estuvieran allí para ordenarlos. Los
papeles retornaban a su color blanco original, ese blanco que expuesto ante él con una pluma cargada de tinta esperaba
a cada vez dejar atrás el vacío.
Alex cada día se sentaba frente a un papel blanco, el reto de tener que
darle sentido a ese trozo sin contenido era un entrenamiento diario para poder
darle sentido también a su propia vida. Por eso, la mañana del huracán, ahí
sentado, viendo como todos los papeles se volaban y como las largas frases se
escapaban armando un festival en el aire, lo dejó helado. De repente todo el
sentido se desvanecía en segundos. Los papeles regresaron blancos a los
estantes, las palabras cayeron amontonadas en el suelo sin lógica alguna. Alex
se levantó, y como si fuera a agarrar agua con sus manos, trató de levantar ese
montoncito de palabras que se escurrió de sus manos todas las veces que lo
intentó. Y fue justo en el momento en que Alex estaba cerca de estallar en llanto escandaloso
y silencioso a la vez, cuando su pluma le gritó para ordenarle regresar al
escritorio. El papel blanco del día lo esperaba y ella le contó que el sentido,
por muy fuerte que se haya perdido, siempre puede volver a recuperarse, y que
los papeles volvían a él para dejar de nuevo atrás el vacío que había
retornado.