Siempre llegas cuando más te necesito y menos te quiero. Hay momentos en
los que te extraño tanto que te odio y cuando decido acostumbrar mis días a
estar sin ti, entonces, te me apareces de repente. En ese momento dudo entre
congelar el tiempo, en el caso de que pudiera hacerlo, adaptarme a ti o resignarme
a tu paso.
La opción congelación la descarto, además, nunca me gustó el frío aunque contigo presente nada moleste.
En
cuanto a la adaptación, asunto de valientes, dudo qué hacer según el momento de
mi vida en el que me encuentre, claro que dejarme llevar es la opción que siempre
más apetece. Apetecer y necesitar, ¿van unidas? Hay necesidades
imprescindibles, y respecto a ti, hay varias opiniones respecto a si lo eres o
no. Yo no me posiciono en ningún lado,
puedo vivir sin ti, y por otro lado, me encanta cuando llegas, no importándome
cuanto tiempo hayas estado fuera, ni la manera en que me dejaras la última vez.
Si decido resignarme a tú paso, puedo
prever las consecuencias a futuro, aunque a veces deseara equivocarme con
ellas. Algunas veces así me pasó, pero creo que contigo, de las equivocaciones
no se aprende, además, no sé si quiero hacerlo.
La otra opción que existe, es no
dejarte entrar, ¿puedo hacerlo?, ¿quiero poder? Podría responder de manera
afirmativa a ambas preguntas, me desestabilizas y perturbas como no te imaginas, pero eres un reto para mí y aunque odie tu llegada repentina, más odio
tu ausencia, así que, bienvenido seas.
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