30 mar 2014

Aprender.



En la infancia se enseña todo lo que teóricamente debemos aprender para poder vivir una vez seamos “grandes”. 
Capacidades tan básicas como el habla, no se logran aprender más tarde si no se enseñan en el momento preciso.  A ese lenguaje que aumenta a ritmo vertiginoso al paso de los días, se le añaden  valoraciones, con lo cual, no existe neutralidad en el aprendizaje. Por suerte, el cuestionamiento parece ser inherente a la raza humana, la única que existe, por cierto. Un aplauso para el cuestionamiento, pues gracias a él, podemos deconstruir el lenguaje, que da significado a nuestros actos. 
Deconstruir el lenguaje es un complemento a la destrucción de todo tipo de estereotipos y estructuras mentales arraigadas.  En la consciencia (e inconsciencia) encontramos los elementos que definen nuestros actos y según sean valorados, los sentiremos de manera tal que seguiremos desarrollándolos o evitándolos. 

Para que estas ideas logren entrar en nuestra cabeza, suele ser necesario haber vivido la experiencia de lo que ello significa, pues si no hay experiencia, muchas veces tampoco hay aprendizaje. Todo conocimiento teórico, suele ir bien acompañado de una práctica. Sin embargo, la gran duda es, ¿hay que aprender para vivir o vivir para aprender? Algunas personas deciden que es más conveniente la segunda opción, si bien ambas, son válidas. Cuando se aprende, a veces es aburrido, pero cuando se vive, hay una  excitación y agitación increíbles, así que mejor una taquicardia escueta que un letargo interminable.

Dedicado a Jorge.





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