En la infancia se enseña
todo lo que teóricamente debemos aprender para poder vivir una vez seamos “grandes”.
Capacidades tan
básicas como el habla, no se logran aprender más tarde si no se enseñan en el
momento preciso. A ese lenguaje que aumenta a ritmo vertiginoso al paso
de los días, se le añaden valoraciones, con lo cual, no existe
neutralidad en el aprendizaje. Por suerte, el cuestionamiento parece ser
inherente a la raza humana, la única que existe, por cierto. Un aplauso para el
cuestionamiento, pues gracias a él, podemos deconstruir el lenguaje, que da significado
a nuestros actos.
Deconstruir el
lenguaje es un complemento a la destrucción de todo tipo de estereotipos y estructuras
mentales arraigadas. En la consciencia (e inconsciencia) encontramos los
elementos que definen nuestros actos y según sean valorados, los sentiremos de
manera tal que seguiremos desarrollándolos o evitándolos.
Para que estas ideas
logren entrar en nuestra cabeza, suele ser necesario haber vivido la
experiencia de lo que ello significa, pues si no hay experiencia, muchas veces
tampoco hay aprendizaje. Todo conocimiento teórico, suele ir bien acompañado de
una práctica. Sin embargo, la gran duda es, ¿hay que aprender para vivir o
vivir para aprender? Algunas personas deciden que es más conveniente la segunda
opción, si bien ambas, son válidas. Cuando se aprende, a veces es aburrido, pero
cuando se vive, hay una excitación y agitación increíbles, así que
mejor una taquicardia escueta que un letargo interminable.
Dedicado a Jorge.
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