Llevo un rato contemplando
el cambio de iluminación del sol que brilla en el cielo. Las hojas verdes de
los árboles por fin brotaron con el inicio de la primavera. Largos meses
caminando por esta tierra mojada y despoblada, desembocaron en días claros,
floreados y ruidosos al fin. Es un alivio comprobar que todavía existe la vida
humana fuera del cemento gris de París.
Pienso en los momentos que
compartí contigo, en los deseos de volver a verte cuando no estaba junto a ti y
las ansias soportadas las previas a nuestros encuentros. Parece que fue ayer
cuando acostada en la sombra de los árboles antes de que el invierno los
convirtiera en esqueletos, trataba de adivinar los pensamientos que corrían por
tu cabeza, cuando nada importaba a nuestro alrededor y los momentos se reducían
a instantes. Ese grato tiempo que llegaba a su fin de manera tan veloz que se
convertía en espejismo para da paso, nuevamente, a la espera de volver a
encontrarte.
Una señal tuya siempre bastó
para aplacarme, cuando creí que llegaría, no lo hacía y cuando no la esperaba,
me sorprendía. En cuanto a las mías, sé que a veces te parecieron pocas y
distantes. El pasado me cargó de miedos, piedras que se cruzaron en mi camino y
que luego quise evitar. Sin embargo, por más que lo intente, este bosque
siempre estará cargado de piedras en sus senderos. Hay tramos tan repletos que resulta
casi imposible esquivarlas, en otros, brillan por su ausencia. Así querría yo
que fuera mi proyección futura cuando estoy pensando en ella, sin piedras...
Pero por tanto tenerlas en cuenta para no encontrarlas en mi camino, he
terminado añadiendo yo misma, piedras al
mismo.
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