3 dic 2015

Correspondencia.

Fabi y Mario hace tantos años que se conocen que a veces se les olvida todo lo vivido y compartido. Sin embargo, nunca se  olvidan de buscar  la manera de comunicarse. Hubo una época en la que mantenían largas conversaciones. En ellas nunca faltaba algo para picar y tomar, pero entonces Fabi, no se sabía tan adicto al té que ahora amaba. No se olvida cuando las ocupaciones de la incipiente vida adulta los llevaba a escribir cartas digitales que se pasaban en aquellos aparatos llamados disquetes, para leerse y responderse, en la tranquilidad de su tiempo a solas. Llegó un momento que la distancia empezó a separarlos físicamente, más de lo que ya los separaba la falta de tiempo. En esas temporadas Fabi recuerda aquellas cartas escritas a puño y letra, esas que se negaban a morir pese al surgimiento de internet y la preponderancia de las nuevas tecnologías. Poco a poco, estas cartas se vieron reducidas a postales, no por ello menos agradables de recibir. Pero desde hace algún tiempo, ya ni postales llegan.

Este aumento de movilidad y nuevas formas de comunicación  provoca que aquellas personas que van llegando  nuevas a la vida, y alejándose físicamente por las circunstancias de la misma, ya no compartan sus direcciones postales. Pero lo más increíble es que cada vez con mayor frecuencia, tampoco comparten sus direcciones mail, simplemente un número de teléfono, ese aparato que hace años construían los niños con dos vasos y un hilo y mediante el cual, se confesaban lo que una mirada intensa les bloqueaba en el habla.

Durante todo este paso del tiempo, la comunicación es ese elemento que jamás dejó de existir entre ellos y  Fabi opina que esta nueva era, separa cuerpos pero no corazones.
Sin embargo Fabi no puede olvidar cuando  se sentaba a escribir, se le agotaba la tinta, y los colores de su carta cambiaban de color.  Cuando escogía esas hojas grandes y lindas para que las palabras llegaran con una mejor imagen.  Cuando lloraba durante la redacción de algunas cartas y su lágrima se quedaba ahí, en ese papel que la otra persona recibía, tocaba y olía. Tampoco puede olvidar cuando el hecho de enviar una carta, le permitía ganar un libro o incluso una guitarra.
Hoy, la lágrima de Fabi, se queda en un pañuelo de  los que siempre anda en el bolsillo, sabiendo que su receptor no entenderá la emoción de ese momento en algunas de sus frases, cuando sus palabras sean leídas.  Entonces recuerda todas aquellas personas que hace años, se quedaron esperando una carta suya, esas que llegaron cargadas de ilusión y que un absurdo rumor,  impedió animarlo a redactar ni una sola de las respuestas. Hoy se  imagina a cada uno de estos viejos mensajeros,  comunicándose  por esa cosa llamada teléfono o esa otra llamada red social, sin que tengan idea alguna de la dirección exacta dónde duermen o reposan, sus amistades cibérneticas.

Así son las comunicaciones de este nuevo mileno, que con frecuencia se dedican a alejar verdades y juntar mentiras.

De este mundo codificado con internet y otras navegaciones, yo sigo prefiriendo el beso artesanal que desde siempre comunica tanto. M. Benedetti 

13 oct 2015

Despertar.

Se levantó temprano para prepararle café. Tan agradable que resulta el aroma cuando uno camina con los ojos todavía pegados, rumbo al baño. El frío en los pies descalzos es agradable cuando se sabe que al cabo de unas horas, este dejará de molestar. El agua está hirviendo, comienza a subir poco a poco y todo el ambiente se va  impregnando de ese olor.

No hay día que arranque sin ese ritual, aromas, caminatas somnolientas, deseos que buscan ser saciados y  el perro que nunca ladra, siguiéndolo a todos lados.


Él la mira con ojos de indiferencia, sin saber que los sentimientos no se comunican, sino que se muestran. Espera que ella no lo detecte en su intención, espera que ese momento se repita durante muchos más días. Espera que ella vuelva, que cada día ponga a calentar agua, que sus mañanas huelan a ella.  Pero esa mañana no huele a café, sino a recuerdos.

Quien te quiere, te hará recordar.

26 sept 2015

Pensamientos terrenales.

En las tardes de invierno, cuando el sol alumbra sin calentar, te recuerdo a través de la ventana imaginando que el calor de mi cama no procede de las cobijas que me cubren, sino del calor de tú cuerpo, hoy ausente.

Hace meses que mi lecho no se calienta con un calor humano diferente al mío y aunque nunca estuviste en él, el deseo de tú calor sobre el mio, dibuja como real la situación que cada noche recreo en mi.

Calculo meses hasta volver a verte y de seguro será lejos del lugar donde cada día te sueño. Ese momento aún irreal me hace arder por dentro pero a la vez me provoca pánico. El pánico absurdo de  que al desearte con tanta fuerza, el regreso a mi cama cada noche, en la que tú no estarás, sea como la pérdida de esos seres queridos que cada día me sigue desgarrando el corazón.


3 ago 2015

Te odio porque me encantas.

De la misma manera que la vida no es para siempre, no se puede pretender que lo que hay en ella si lo sea. Esa es la frase que cada día Elías se repetía en su cabeza buscando consuelo al despojo emocional que se sentía al amanecer una mañana tras otra.

Acostumbrado al abandono, aprendió de lo prescindible de la vida y también que a veces, toca asesinar a ciertas personas antes de que el mismo destino se encargue de ello. Hacía años que la comunicación con su padre se había resquebrajado por completo y aunque nunca había perdido a ningún ser querido cercano en su joven vida, le supuso años asumir que ese, también era un duelo. Sin embargo, pese a este duelo reprimido durante años, Elías sentía que su vida estaba repleta de momentos y personas lindas.

En una tarde de verano, sentado a pleno sol mientras su piel se cocía sin conciencia alguna de la estropeada capa de ozono del planeta, pensó en cómo sería volver a compartir su vida con una mujer como Eugenia. El día que ella se quedó en su casa por primera vez, no se atrevía a tocarla, estaba tan extasiado que pensaba que si trataba de hacerlo se desvanecería su presencia.

Duró meses mirándola y hablándole sin tocarla, convenciéndose de lo prescindible del contacto físico para tratar de estirar su presencia hasta siempre, si así fuera posible.  Pero luego de meses de contención no pudo más, enredó su mano en su cabello y mientras ella se evaporaba le susurraba al  oído,  ¿sabes? Te odio porque me encantas. 


2 ago 2015

Caminito

María nació para ver. Es por ello que Dios decidió crearla diferente, con muchos ojos en su cuerpo, para que así, no se le escapara detalle de lo que ocurría a su alrededor. Los vecinos del barrio la tildaban de endemoniada, no podía ser normal una chica con tantos aparatos para ver. Hay quienes pensaban que el poder de sus ojos era tal, que podía ver incluso allí donde no se encontraba físicamente, motivo por el cual tanto la temían.

Durante su infancia disfrutó cada momento que acontecía a su alrededor, de todo estaba enterada, y se sentía feliz de compartir a sus congéneres lo que a estos se les escapaba a diario.

Cuando creció la realidad cambió, esa felicidad se convirtió en rechazo hacía si misma al comprobar que lo que las personas de su alrededor disfrutaban, a ella, le era negado. Al principio peleó para conseguir las atenciones que otros tenían, pero luego de un tiempo, aceptó no ser digna de las mismas.

Ya de adulta, compartía su hogar con una tortuga. Su casa se encontraba en un absoluto orden todos los días del año. Con tantos ojos era imposible no ver aquel pantalón tirado encima de la cama, esa cuchara sin lavar, el armario mal cerrado…  la pesadilla de los videntes. Miranda, la tortuga, jamás se escondía en el caparazón, sentía que los múltiples ojos de María la seguirían hasta allí dentro si así lo hacía.

Miranda odiaba ser tortuga, ese caparazón le sobraba en un entorno en el cual no podía esconderse. María deseaba ser tortuga, ansiaba poder esconderse de aquellas miradas que eran mayor al número de ojos que ella poseía.

Ansía que busca el rechazo, contradicción diaria que el ser humano encuentra en su vida, pero que ni con los ojos de María, muchos podrían percibir.


3 abr 2015

Actores

Existe un lugar donde el silencio del amanecer es como el del llanto de un bebé antes de nacer, solamente la imaginación nos permite ponerle sonido. Mas si ese lugar escapa al ruido, no lo consigue así a la luz, la cual se encargó de despertar a los dos seres que pasaron esa noche juntos. Dos cuerpos en contacto físico pero muy alejados el uno respecto del otro. Los gallos no se atrevieron a cantar a esa mañana, temían el disturbio que podía ocasionar ese despertar de dos desconocidos, pero la luz, se encargó de ello. Cuando se miraron recordaron que el momento de gloria que los había unido, se desvaneció muy rápido y dudaron entre repetirlo o escapar.  Ella optó por el silencio. Él decidió llevar la conversación a temas que ni siquiera le interesaban para iniciar así la argumentación de una partida que según él, debía producirse pronto.  La incoherencia entre temas de una conversación, demuestra el desinterés hacia la misma.  Ella sólo rompía el silencio para seguir la pieza de ese teatro.

La mañana estaba fresca y algo lluviosa. No entendía que las palmeras sobreviviesen a ese clima  pero esa era la prueba de que si ellas podían adaptarse,  también ella lo haría para así sobrevivir a la situación en qué se encontraba. Ese desconcierto le hizo olvidar por un buen rato, el amor que sentía dentro y que tanto deseo le generó luego de años. Pasaron días hasta que volvió a recordar, ilusionarse y de nuevo sentir.

El camino de escape fue largo si se mide en tiempos teatrales, pero las piezas de la propia vida pueden no terminar nunca cuando sus protagonistas se niegan a aceptar que no viven su propia realidad.

Ella entendía que somos actores de nuestros propios miedos e inseguridades, sin percibir que justamente esas acciones son las que los  hacen visibles a  aquellos que no temen no actuar.




21 mar 2015

Visiones

Se cuenta que hubo una vez en que una chica explotó como los huevos que se introducen en el microondas, ese artefacto moderno que muchas personas describen como imprescindible. Julia había decidido que no quería soportar lo insoportable. Y lo insoportable para ella era lo más soportable para su vecindad, por eso el día que apareció pegada a trozos por todas las paredes, techo y suelo de su habitación, fue una noticia que hizo temblar a todo el pueblo.

Los testigos del sucedo cuentan que Julia estalló, pero lo que encontraron no fueron restos humanos como tenían previsto, sino un montón de notas escritas de su puño y letra en las que relataba los pensamientos que guardó durante años. Su mudez no le ayudó a desarrollar su paciencia y desde el día en que perdió la voz, su expresividad se fue reduciendo tanto, que ésta llegó a ser total. Su explosión no era negativa, sino cargada de mensajes de agradecimiento y buenos recuerdos, sin embargo, desde este suceso, nadie más la volvió a ver y nunca se la pudo encontrar.

Algunas personas siguen especulando sobre quién fue el cómplice que le ayudó a no dejar ni rastro, otras piensan que fue un suicidio tan bien armado, que ni el cuerpo pudieron encontrar. Pero una pequeña parte del pueblo, esa que la fue a buscar y leyó todos esos mensajes, se dio cuenta de que realmente Julia, hacía mucho tiempo que se había ido, pero muchas veces no basta con desparecer en alma para que los que nos rodean se percaten de nuestra ausencia, sino que precisamos la desaparición física para que nuestros ojos  adviertan que no toda la realidad que nos rodea, se percibe mediante ellos. 

    "Un verdadero bello espíritu piensa más en las cosas que en las palabras" 
Eugenio Espejo

18 mar 2015

Un misterio indescifrable

El lugar donde reposan los sueños de Zaida se encuentra la mayor parte del día vacío.  Solamente su imaginación lo llena de aquellas situaciones que le gustaría desarrollar en su vida cotidiana. 
Hace días que no para de llover y el frío se le introdujo en los pies a tal punto que ni los baños calientes, ni las cobijas en la noche, se lo logran mitigar. 
Su mente está plagada de recuerdos que vienen a recordarle el motivo de su nuevo destino. También se compone de huecos que ocultan todos aquellos sucesos del pasado de los que no se quiere acordar.

Los lunes a la mañana, siempre a las 6:30, Juan llama a su puerta. El servicio de lavandería que contrató funciona a domicilio de manera puntual.  Le entrega su ropa sucia en una gran bolsa de basura y ella la pasa buscando por la tarde, siempre después de las 17h.
Juan viste siempre la misma ropa, tal vez porque su indumentaria se rige por planes también estrictos, tal vez porque la diversidad de sus prendas es tan pequeña que no parece variarla. Siempre sin afeitar, con ese semblante serio y formal, pero con la actitud de quién fotografía minuciosamente el lugar en el que se encuentra.
Juan nunca le habla, apenas la mira a los ojos y siempre parece mirar a la nada. Zaida lo describe como un chico inseguro y tímido.  No es que ella sea muy segura, pero si lo suficiente para detectar a quienes no lo son.

Luego del tercer lunes de servicio, Zaida encontró que los pares de calcetines regresaban solteros. Con este clima de humedad constante le venían a golpear donde más frío le daba, en los pies.

Cada semana, este fenómeno de las desapariciones comenzó a repetirse y uno de los días que regresó a casa con su ropa, había una nota guardada en el interior que decía, “los calcetines no se pierden”. Este hecho le produjo un desconcierto tenaz así que, para evitar que el misterio se siguiera desarrollando, decidió comprar una lavadora. Sin embargo, mínimo un lunes al mes durante el tiempo posterior a la compra, Juan le llamaba al timbre y con disculpas, le devolvía uno a uno, los calcetines que se perdieron en cada lavada. Zaida sabía que resultaba más fácil perder un calcetín lavando ropa que en una noche de pasión en la playa. Pero también  que era más difícil encontrar estos pares perdidos que repetir ese tipo de momentos. Por algún motivo, Juan escondía estas prendas, y este era uno de esos misterios de la vida que Zaida, no llegaría nunca a desvelar.

17 feb 2015

Silencio

Son las 15 horas de la tarde, el sol abrasa a lo alto pero Belén oye el mismo silencio de todos los días.  La calle de su ventana es tranquila y nunca se escucha ruido urbano, sin embargo, el silencio de ese día es especial pues la desolación atraviesa cada muro de la casa. 

La ciudad está vacía. Camina sin pensar. En esos momentos se dedica a sentir. Se comunica consigo misma, recuerda el día que llegó, cuenta el tiempo que pasó, imagina el futuro que vendrá. Se visualiza a futuro por esos entresijos que todavía le resultan indiferentes, esos a los que con paciencia espera  ponerle historias. Ella no busca visitar ciudades, sino vivirlas para ponerles sentido. Sin embargo al principio todo está vacío y  los días especiales resultan algo complicados,  esos días que para algunas personas significan el fin de la semana y para otras el inicio.


Al regresar a casa en la noche, en la cual el vacío sigue presente en cada rincón, arranca la melodía nocturna, la de los ladridos de los perros callejeros que en su soledad acompañan a Belén en el final de su jornada. 


10 ene 2015

Pajaritos que vuelan sin alas.

Un día un colibrí nació en una jaula de papel. Una de esas que vistas desde dentro, parece imposible de romper, pero él  sabía que había una llave pequeña y más visible de lo imaginado para poder salir, motivo por él cual nunca se resignó a dejar de buscarla. No quería romper los barrotes, pues entendía que no todos los colibrís querían salir, aprender a volar y llegar a lugares lejanos. Por eso, durante años buscó, y cuando la encontró, la emoción de la partida fue abismal.  Mas advertido de los peligros externos, no pudo escapar a los mismos, sin embargo, era fácil encontrar situaciones seguras para tampoco sucumbir a ellos. Algunos lugares de los que visitó  también eran jaulas, ya no de papel, sino de barro, cartón…  las formas cambiaban pero la esencia se mantenía. Había otros tantos pajaritos viviendo en todo tipo de prisiones, que temían los peligros externos. Sin embargo, fue encontrando aves que también cambiaban sus jaulas, y siempre, huyendo de unas llegaban a otras. De repente buscando un destino libre de barreras y de tanto tiempo que lo soñó, cuando llegó a él, no creía que fuera real. Miraba por la ventana de su nuevo hogar, salía de él, caminaba y olía, sentía y miraba todo alrededor,  no había rejas, ni llaves que buscar, no había jaulas. La libertad se había instalado en él.