Una mañana me desperté mientras alguien gritaba mi nombre. Cuando alcancé a llegar a la ventana y mirar a través de ella, no vi más que un hombre jugando con un lindo perrito. Debido a la poca visibilidad que tenía por esa ventana decidí salir a buscarlo. Miraba a todos lados, caminé incluso de un lado a otro de la calle, pero no había nadie más, ese hombre llamaba a su perro por mi nombre.
Los límites siempre me confundieron.
Límites son esas línas imaginarias o físicas que delimitan hasta dónde podemos o no llegar.
Cuando camino hacía el mar cruzo el límite que me moja o decido permanecer seca.
Cuando camino en la montaña decido tirarme por el precipicio o mantenerme
a salvo.
Cuando mi mente vaga por tú recuerdo, decido recrearme en ti o sacarte de mis pensamientos.
A veces me sorprende ver hasta dónde estoy dispuesta a llegar. Creo que mantengo mis límites a salvo, otras sin embargo tengo mis dudas. Pero a salvo ¿de qué o quién? Pues del agua, de la solidez de un suelo firme y de los sentimientos que tus recuerdos generan en mí.
Así que he decidido que ya está bien de tanto salvar,
me voy a mojar, voy a echar a volar y te voy a enfrentar.
Atardecer en Étretat, cuyos precipios invitan a saltar.
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